Fútbol, football, soccer, futebol, calcio… Distintos nombres, un mismo concepto,
un único deporte. El fútbol es universal, atraviesa todas las culturas y, en algunos
casos extremos, hasta es considerado una religión.
Es
el opio del pueblo dicen algunos, una pantalla de humo que eclipsa “lo
realmente importante” -atreviéndose así a afirmar que la importancia es algo
objetivo sin pararse a pensar que cada
quién otorga a cada cosa un valor distinto en función de su interés personal-. Esos
mismos arremeten con dureza contra los medios de comunicación por colmar de
portadas y titulares de “fútbol” sin saber del todo que aquellos que hemos
llorado por este deporte también lo hacemos porque somos conscientes de que ese
marketing barato se aleja de los verdaderamente futbolístico y se convierte en
una causa más
Ciertas
personas, desde la más extrema superficialidad, manifiestan: “el fútbol son veintidós
tíos corriendo detrás de un balón”, sin ser capaces de profundizar más en todo
lo que este concepto supone. Otros muchos miran al bolsillo con lentillas de
dólar, se olvidan del deporte y hablan de negocio; el mayor comercio del mundo
concentrado en manos de unos pocos que ganan demasiado por hacer algo que
muchos consideran insuficiente.
Todos
estos juicios son válidos, pues son ellos y su gran disparidad quienes hacen
posible abordar un concepto en su totalidad. El fútbol, como todo en esta vida,
debe ser enfocado desde distintas perspectivas, lo asumo. Aquellos que amamos
de verdad este deporte lo sabemos y, en consecuencia, aceptamos todas las
opiniones que, en ocasiones, hacen herida al ser entendidas como un ataque, otorgándoles
así una mayor dimensión de la que realmente tienen.
Es
cierto, son muchas las razones por las que odiar este deporte; sin embargo, déjenme
–les aludo directamente a ustedes, ocupados lectores, en este caso- darles un
solo motivo para alejarles de esa animadversión y permitirles entender lo que
algunos llaman “locura transitoria”. Ese motivo es tan simple que muchos lo
critican precisamente por ello pero, a la vez, resulta tan complejo que es
difícil expresarlo con palabras, formando así un gran oxímoron que nubla la
vista. Hablo de un sentimiento, aquello que atraviesa fronteras, no entiende de
idiomas y escapa a la racionalidad desde lo alto atravesando nuestros ojos con
el atrevimiento de llegar a inundarlos y descendiendo como un rayo por nuestra
piel erizándola a su paso hasta hundirse en nuestro pecho izquierdo.
¿Saben
ya de qué les hablo? ¿Lo adivinan? Me refiero a la pasión, un sentimiento que,
según la RAE, es capaz de dominar la voluntad y perturbar la razón a través de
la vehemencia. Parece ilógico e improbable que algo tan diminuto pueda ser la
clave para entender el poder que tiene el fútbol; no obstante, nunca hay que
juzgar algo por las apariencias y, si bien es cierto que esta puede aparentar insignificancia,
la pasión tiene una fuerza desmedida capaz de mover montañas y provocar el
éxtasis más puro con una pequeña dosis.
Hallar
dicha sensación no es fácil, hay gente que no logra encontrarla nunca.
Algunos, -los más atrevidos- la
buscan en el amor, otros –los más cobardes- llegan a ella por medio del dolor y
el miedo. Los forofos del fútbol, en cambio, alcanzamos ese tesoro en
demasiadas ocasiones: vibramos con cada jugada, sonreímos con cada filigrana y lloramos
con cada gol. El fútbol, para quien aún no lo haya entendido, es capaz de todo
y mucho más. Es la excusa para quedar con los viejos amigos y hacer nuevas
amistades, el motivo mediante el cual unir un país entero –Nelson Mandela lo
sabía y España lo vivió en 2010- y hacer olvidar, por un corto periodo de
tiempo, aquello que nos preocupa y oscurece nuestros días. Es demasiado
complejo de entender para aquellos que no lo sienten y lo suficientemente sencillo
para aquellos otros que hemos llorado y disfrutado por ese sentimiento, que ya
no deporte, llamado fútbol.
Pita
el árbitro, rueda el balón, miles de aficionados en vilo, la grada ruge, el
corazón se acelera, los niños ríen mientras algún que otro aficionado llora;
comienza el partido.
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