jueves, 16 de junio de 2016

HISTORIAS DE FÚTBOL

     
               Fútbol, football, soccer, futebol, calcio… Distintos nombres, un mismo concepto, un único deporte. El fútbol es universal, atraviesa todas las culturas y, en algunos casos extremos, hasta es considerado una religión.

         Es el opio del pueblo dicen algunos, una pantalla de humo que eclipsa “lo realmente importante” -atreviéndose así a afirmar que la importancia es algo objetivo sin  pararse a pensar que cada quién otorga a cada cosa un valor distinto en función de su interés personal-. Esos mismos arremeten con dureza contra los medios de comunicación por colmar de portadas y titulares de “fútbol” sin saber del todo que aquellos que hemos llorado por este deporte también lo hacemos porque somos conscientes de que ese marketing barato se aleja de los verdaderamente futbolístico y se convierte en una causa más

               Ciertas personas, desde la más extrema superficialidad, manifiestan: “el fútbol son veintidós tíos corriendo detrás de un balón”, sin ser capaces de profundizar más en todo lo que este concepto supone. Otros muchos miran al bolsillo con lentillas de dólar, se olvidan del deporte y hablan de negocio; el mayor comercio del mundo concentrado en manos de unos pocos que ganan demasiado por hacer algo que muchos consideran insuficiente.

                Todos estos juicios son válidos, pues son ellos y su gran disparidad quienes hacen posible abordar un concepto en su totalidad. El fútbol, como todo en esta vida, debe ser enfocado desde distintas perspectivas, lo asumo. Aquellos que amamos de verdad este deporte lo sabemos y, en consecuencia, aceptamos todas las opiniones que, en ocasiones, hacen herida al ser entendidas como un ataque, otorgándoles así una mayor dimensión de la que realmente tienen.

                Es cierto, son muchas las razones por las que odiar este deporte; sin embargo, déjenme –les aludo directamente a ustedes, ocupados lectores, en este caso- darles un solo motivo para alejarles de esa animadversión y permitirles entender lo que algunos llaman “locura transitoria”. Ese motivo es tan simple que muchos lo critican precisamente por ello pero, a la vez, resulta tan complejo que es difícil expresarlo con palabras, formando así un gran oxímoron que nubla la vista. Hablo de un sentimiento, aquello que atraviesa fronteras, no entiende de idiomas y escapa a la racionalidad desde lo alto atravesando nuestros ojos con el atrevimiento de llegar a inundarlos y descendiendo como un rayo por nuestra piel erizándola a su paso hasta hundirse en nuestro pecho izquierdo.
                
              ¿Saben ya de qué les hablo? ¿Lo adivinan? Me refiero a la pasión, un sentimiento que, según la RAE, es capaz de dominar la voluntad y perturbar la razón a través de la vehemencia. Parece ilógico e improbable que algo tan diminuto pueda ser la clave para entender el poder que tiene el fútbol; no obstante, nunca hay que juzgar algo por las apariencias y, si bien es cierto que esta puede aparentar insignificancia, la pasión tiene una fuerza desmedida capaz de mover montañas y provocar el éxtasis más puro con una pequeña dosis.

                Hallar dicha sensación no es fácil, hay gente que no logra encontrarla nunca. Algunos,      -los más atrevidos- la buscan en el amor, otros –los más cobardes- llegan a ella por medio del dolor y el miedo. Los forofos del fútbol, en cambio, alcanzamos ese tesoro en demasiadas ocasiones: vibramos con cada jugada, sonreímos con cada filigrana y lloramos con cada gol. El fútbol, para quien aún no lo haya entendido, es capaz de todo y mucho más. Es la excusa para quedar con los viejos amigos y hacer nuevas amistades, el motivo mediante el cual unir un país entero –Nelson Mandela lo sabía y España lo vivió en 2010- y hacer olvidar, por un corto periodo de tiempo, aquello que nos preocupa y oscurece nuestros días. Es demasiado complejo de entender para aquellos que no lo sienten y lo suficientemente sencillo para aquellos otros que hemos llorado y disfrutado por ese sentimiento, que ya no deporte, llamado fútbol.

                Pita el árbitro, rueda el balón, miles de aficionados en vilo, la grada ruge, el corazón se acelera, los niños ríen mientras algún que otro aficionado llora; comienza el partido.


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