martes, 15 de marzo de 2016

Mi andadura lectora

Ir al comienzo de mi andadura lectora supone remontarme a una de esas noches donde te acostabas pronto, encendías la luz de la mesilla de noche y abrías un libro con poco texto y muchas imágenes. Creo recordar que mis primeros libros no fueron otra cosa que reproducciones escritas de aquellas famosas películas de Disney que todos conocemos y que, por aquel entonces, yo ya había visto un sinfín de veces. Tras esta etapa prematura, también recuerdo leer la colección entera de Manolito gafotas, acompañado siempre de su hermano apodado “el imbécil”. En este periodo, aún introductorio, también tuvieron hueco en mi estantería las rimas de Gloria Fuertes, como ese felino que además de gato también era araña, y las aventuras a modo de cómic de Asterix y Obelix.

Poco a poco los libros fueron abriéndose paso en mi infancia hasta llegar al instituto donde las lecturas académicas conformaron la mayor parte de mi intertexto lector. Novelas donde primaba por encima de todo la agilidad y el entretenimiento, rasgos propios de la literatura juvenil. Algunos títulos que recuerdo son, por ejemplo, La selva maldita, Cordeluna o ese Sabueso de los Baskerville que provocó algún que otro insomnio, entre otros muchos  que, además de entretener, intentaban ofrecer ciertos valores morales. Después, también desde la escuela, llegaron las famosas adaptaciones de los clásicos de la literatura española como esa de El Lazarillo o aquella otra de El Quijote donde nuestro protagonista no era ni hidalgo ni caballero. Casi finalizando bachiller, a través de la literatura universal, conocí a Shakespeare y no dudé en ser o no ser alguien que leyera Hamlet.

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Siempre compaginé la lectura académica con la poesía, esa forma expresar todo apenas sin decir nada, mediante antologías que, hasta encontrarme, solo acumulaban polvo en su tapa. La entrada a la carrera significó todo un mundo de posibilidades literarias, desde autores ya conocidos hasta obras de las que nunca había oído hablar. La literatura hispanoamericana, por su parte, supuso un grato descubrimiento para mi intertexto lector, virgen en este terreno. En esta vorágine de páginas me gustaría mencionar El túnel de Sábato, ese loco argentino que lleva la introspección de sus personajes al límite y San Manuel Bueno, mártir, donde Unamuno ofrece una reflexión pura sobre la religión. Sé que no son dos obras canónicas ni tampoco demasiado extensas, quizás por eso me han marcado tanto; porque dicen demasiado en muy poco. En esta dinámica existencialista, también tiene sitio El lobo estepario de Herman Hesse. En síntesis, obras con análisis psicológicos profundos y personajes originales que solo se alejan de la realidad mediante divagaciones cercanas a la esquizofrenia.


Antes de terminar, también me gustaría poner de relieve el teatro español de la segunda mitad del siglo XX como esa obra de arte de Sanchis Sinisterra llamada ¡Ay, Carmela!, espejo de las vergüenzas de una España oprimida por el régimen, o esa otra crítica a la pasividad vivencial plasmada en Historia de una escalera. Hasta aquí mi camino lector, que como diría Machado, solo se hace al seguir andando, al seguir leyendo. 

2 comentarios:

  1. Te leo y me viene mi imagen de niño también leyendo Manolito Gafotas y Asterix y Obelix. ¡Qué recuerdos! El lobo estepario lo tengo pendiente desde hace tiempo, va a ser hora de darle caza. ¡Buena entrada Juan!

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