Por encima de todo, no
considero que la literatura sea distinta a la vida, es decir, no pienso que la
literatura sirva para propósitos que no tengan que ver con nuestras vidas ni
que con la literatura se hagan cosas que no hagamos todos cada día en nuestras
relaciones sociales (expresar sentimientos, contar historias, representar un
papel, etc.). Por tanto, no veo por qué no pueden ser los relatos de mi abuelo
Paco (sobre la Guerra Civil en un pequeño pueblo de la Murcia profunda) el origen de mi formación
como lector.
Desde muy pronto me interesó
la narración de historias y fui un visitante habitual de la biblioteca de mi
colegio. Recuerdo con mucho cariño las dos horas de la asignatura de lectura
que dábamos por las tardes y el viejo libro lleno de cuentos y actividades. El
que más me impresionó, sin duda, fue “El traje nuevo del Emperador”, de
Andersen; el Emperador fue el primer personaje por el que sentí
empatía. En casa leía una edición adaptada e ilustrada de la Biblia, cuyas historias me impresionaban y me daban lecciones de vida. Luego mi hermano se aficionó a la
poesía infantil de Gloria Fuertes y yo me dejé llevar por su ejemplo.
Cuando llegué al
instituto seguí leyendo, a veces mal aconsejado, libros de literatura juvenil. Hoy
en día pienso que me ayudaron a mantener el hábito lector, pero no me aportaron
mucho más. Al llegar a bachillerato me encontré con un profesor que proponía
lecturas interesantes: Firmin, El hereje y A la sombra del granado. En ese momento había perdido la motivación por estudiar y
las leí en el último trimestre para subir nota y salvar el curso, pero me
engancharon totalmente; por eso en segundo leí desde el principio las lecturas voluntarias: La voz dormida, Lolita y Cien años de soledad. Los libros obligatorios de la asignatura de literatura
universal me resultaron todavía más estimulantes, sobre todo al llegar a La Metamorfosis, que leía en las clases
de historia, desde la última fila, adonde había llegado por una tendencia descontrolada a distraer a mis compañeros. Así disfruté de ese placer prohibido.
Muy buena reflexión partiendo de la narración oral hasta demostrar que incluso las lecturas «obligatorias» también fomentan la lectura.
ResponderEliminarMuy bien, Fran. Si me paro a pensar, mi autobiografía lectora también comienza con los relatos orales de mi padre; no había caído en esa posibilidad.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHay tantas personas a las que agradecer nuestra educación literaria... Muchas veces todo comienza en la familia, de la manera más simple.
ResponderEliminarHay tantas personas a las que agradecer nuestra educación literaria... Muchas veces todo comienza en la familia, de la manera más simple.
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