lunes, 14 de marzo de 2016

Mi autobiografía lectora

Por encima de todo, no considero que la literatura sea distinta a la vida, es decir, no pienso que la literatura sirva para propósitos que no tengan que ver con nuestras vidas ni que con la literatura se hagan cosas que no hagamos todos cada día en nuestras relaciones sociales (expresar sentimientos, contar historias, representar un papel, etc.). Por tanto, no veo por qué no pueden ser los relatos de mi abuelo Paco (sobre la Guerra Civil en un pequeño pueblo de la Murcia profunda) el origen de mi formación como lector.
Desde muy pronto me interesó la narración de historias y fui un visitante habitual de la biblioteca de mi colegio. Recuerdo con mucho cariño las dos horas de la asignatura de lectura que dábamos por las tardes y el viejo libro lleno de cuentos y actividades. El que más me impresionó, sin duda, fue “El traje nuevo del Emperador”, de Andersen; el Emperador fue el primer personaje por el que sentí empatía. En casa leía una edición adaptada e ilustrada de la Biblia, cuyas historias me impresionaban y me daban lecciones de vida. Luego mi hermano se aficionó a la poesía infantil de Gloria Fuertes y yo me dejé llevar por su ejemplo.

Cuando llegué al instituto seguí leyendo, a veces mal aconsejado, libros de literatura juvenil. Hoy en día pienso que me ayudaron a mantener el hábito lector, pero no me aportaron mucho más. Al llegar a bachillerato me encontré con un profesor que proponía lecturas interesantes: Firmin, El hereje A la sombra del granado. En ese momento había perdido la motivación por estudiar y las leí en el último trimestre para subir nota y salvar el curso, pero me engancharon totalmente; por eso en segundo leí desde el principio las lecturas voluntarias: La voz dormida, Lolita Cien años de soledad. Los libros obligatorios de la asignatura de literatura universal me resultaron todavía más estimulantes, sobre todo al llegar a La Metamorfosis, que leía en las clases de historia, desde la última fila, adonde había llegado por una tendencia descontrolada a distraer a mis compañeros. Así disfruté de ese placer prohibido.

5 comentarios:

  1. Muy buena reflexión partiendo de la narración oral hasta demostrar que incluso las lecturas «obligatorias» también fomentan la lectura.

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  2. Muy bien, Fran. Si me paro a pensar, mi autobiografía lectora también comienza con los relatos orales de mi padre; no había caído en esa posibilidad.

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  4. Hay tantas personas a las que agradecer nuestra educación literaria... Muchas veces todo comienza en la familia, de la manera más simple.

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  5. Hay tantas personas a las que agradecer nuestra educación literaria... Muchas veces todo comienza en la familia, de la manera más simple.

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